jueves, 6 de mayo de 2010

"Cowboys del Infierno",


Jimmy Massey tiene 32 años y doce de carrera militar a sus espaldas como marine de los Estados Unidos. Actualmente, ha roto todo vínculo con el ejército y está intentando superar su experiencia en Irak. Cowboys de Infierno es un relato en bruto de esa experiencia y un intento de Massey para recuperarse de ella y hacerla llegar al mundo.

Cowboys del Infierno, escrito con la ayuda de la periodista Natasha Saulnier, ya ha sido publicado en Francia con el título de Kill! Kill! Kill! . En Estados Unidos no ha encontrado editor, pero las declaraciones de Massey en sus últimos tiempos como activista contra la guerra sí han suscitado reacciones: desde madres de marines que le apoyan y le recuerdan que no es el único caso, hasta la esperada reacción oficial: el portavoz del Cuerpo de Marines del Pentágono respondía el 8 de diciembre de 2004: “El Cuerpo de Marines niega las afirmaciones de Massey”

Con un lenguaje brutalmente sincero, en muchos casos violento y a veces incluso molesto para el lector, el relato de Jimmy comienza con sus primeros pasos en la escuela de reclutamiento y coloca ante nuestra mirada las duras prácticas que se llevan cabo en este tipo de centros. Tanto allí como en su posterior estancia en Okinawa como parte del servicio de reclutamiento o en los campos de entrenamiento para marines, el alcohol, la violencia y el sexo, que a veces roza lo perverso, serán un factor común que nos conducirá por una historia cruda por real y sobre todo, porque está contada en primer persona.

Massey recrea desde el recuerdo los duros ejercicios impuestos durante esta etapa, las crueles bromas, obscenos juegos y humillaciones a las que, tanto Jimmy como sus compañeros sometían a las mujeres (prostitutas con las que se relacionaban) o a los reclutas más jóvenes. Él mismo sufrió la humillación y el insulto en su propia piel: “en aquel entrenamiento oí las historias más grotescas de mi vida”

Como en La chaqueta metálica o Apocalipsis Now, la violencia se ha convertido ya en algo natural, cotidiano, una manera normal de arreglar los problemas; una especie de ritual aceptado por todos y, en su narración le oímos decir cosas como: “Cuando te han entrenado para matar pierdes tu sentido del amor” o “Ahora puedo decir honestamente que los marines son, probablemente, las peores personas que he conocido en mi vida”

Aún no ha llegado a Irak pero ya da miedo seguir leyendo, sabemos que lo peor está por llegar, que su viaje al infierno aún no ha comenzado.

Con la precisión del que ha vivido algo en primera persona, Massey se detiene también en su etapa como reclutador profesional y deja al descubierto el corrupto sistema de reclutamiento americano. Un recuerdo vivo de anécdotas concretas, casos que ilustran las tácticas que los reclutadores profesionales como Jimmy utilizan para conseguir captar al futuro marine; unas tácticas que pasan desde apelar a los clásicos valores del honor, la fidelidad o la confianza en uno mismo hasta tapar asuntos como el consumo de drogas o los problemas con la justicia; reducir o eliminar cargos a cambio del alistamiento. Como él mismo explica, es más fácil reclutar a jóvenes que vienen de familias rotas o sin recursos: “Para mantener su trabajo, los reclutadores no pueden tener escrúpulos”, y continúa: “de los 74 hombres que recluté, unos 40 estaban bajo libertad condicional, unos 20 tenían cargos por delitos menores y 10 tenían problemas médicos o de drogas”


“Éramos marines y sembrábamos la muerte”

Comienza el viaje al infierno

Jimmy Massey llegó a Kuwait en enero de 2003 con la llamada operación Libertad de Irak. Allí pasará dos meses en los que, a pesar su cambio de visión sobre el cuerpo de marines, los rápidos ascensos con los que le ‘premian’llegarán a hacerle sentirse orgulloso.

Dos meses después Massey estará en Irak como primer sargento de artillería. Su primer recuerdo de estos horribles días es ya escalofriante: una manifestación de irakíes blandiendo banderas y eslóganes antiamericanos, una detonación que viene de un lugar indeterminado; una respuesta contundente, desbordada: los hombres de Massey abren fuego. Sólo ha quedado uno vivo. Sobre esta escena Massey recuerda: “No nos habían devuelto ningún disparo mientras que yo había disparado doce veces…” y añade:

“Quería asegurarme de que habíamos matado según las normas de combate de la convención de Ginebra y los procedimientos operativos reglamentarios (…) Intenté olvidarme de sus caras y busqué las armas, pero no había ninguna”

Es uno de los hechos que más ha marcado a Jimmy, una escena que salta ante nuestros ojos desgarradora pero no aislada. A ella acompañan muchas otras y, a lo largo de Cowboys del infierno, ciudades como Safwan, Az Aubair, Jalibah, Ar Nasiyah, Nu’maniyah o Bagdad se convierten en escenario de cientos de atrocidades difíciles de leer, pero necesarias de contar en un momento como el actual.

En su testimonio, Jimmy Massey nos relata con pelos y señales las muchas ocasiones en las que él y sus ‘chicos’ mataron a civiles inocentes: a veces por no detenerse, al volante de su vehículo, ante un punto de control americano. Otras, simplemente, mostrando las manos en alto, sin nada que esconder. Personas acribilladas a balazos con ensañamiento y regocijo en muchos casos, con sonrisas y entusiasmo en otros; a veces como venganza cruel ante la muerte de algún soldado americano. Y, en muchas ocasiones, dentro de lo que era una misión de paz o de ayuda humanitaria.

Massey describe imágenes de cuerpos muertos en las cunetas, carbonizados, amontonados; camiones convertidos por los irakíes en improvisada morgue. Es el paisaje que se encuentran en la carretera acompañado del nada irónico ritmo de Hell’s bells que escuchaba con sus hombres:

“La atmósfera era tan pesada que daba la impresión de que fuera a llover petróleo y sangre”

Y en algún momento, en medio de este infierno comienzan las pesadillas. Quizá sea después de que un joven irakí, el único superviviente de uno de esos tiroteos, le pregunte “¿por qué habéis matado a mi hermano?” o quizá después de haber tenido que dejar morir a un niño por falta de insulina. Lo cierto es que Irak está cambiando a Jimmy, le está saturando, le está atormentando. Ya no se encuentra bien.

Aquí comienza el principio del final de esta experiencia, una historia contada a bocajarrro, en la que la transposición directa de hechos y situaciones, la ausencia total de florituras o quiebros literarios son tan expresivos como esta conversación entre Massey y su superior:

Jimmy: - Hoy ha sido un mal día. Hemos matado a muchos civiles inocentes
Capitán: - No, hoy ha sido un buen día

El descontento de Massey y el comienzo de una depresión terminan por convertirle en alguien incómodo, por lo que es relegado de su puesto tras poner de manifiesto lo que le ocurre:

- Señor, creo que lo que estamos haciendo en Irak es un genocidio. Lo de la ayuda humanitaria es sólo una excusa de mierda (...) Creo que nuestro único objetivo en Irak es el petróleo y las ganancias. Y estamos dejando tanto uranio enriquecido en el campo de batalla que no tendremos que preocuparnos por futuros terroristas o incluso futuros irakíes, porque los estamos matando poco a poco y uno a uno

Con un diagnóstico oficial, ‘trastorno por estrés postraumático’, Jimmy emprende el camino de vuelta a casa, ya no al infierno, tampoco al cielo; a un purgatorio de culpa y de horror en la memoria.

“Se acabaron los espacios luminosos para mí. Se acabó el nirvana después de la matanza. Vivo en un charco de lodo y la única forma de salir de él es dejando de matar”

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